jueves, 4 de octubre de 2007

ABANA, FARFAR Y JORDAN



Pero Dios es mi rey desde tiempo antiguo;
El que obra salvación en medio de la tierra. Salmos 74:12



Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso.
Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Ésta dijo a su señora: «Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.»
Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: «Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel». Y le dijo el rey de Siria: «Anda, ve, y yo enviaré cartas al rey de Israel.»
Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos. Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían así: “Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra.”
Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: «¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí.»
Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: «¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.»
Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: «Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio.»
Y Naamán se fue enojado, diciendo: «He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?» Y se volvió, y se fue enojado. Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?
Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: «He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente de tu siervo.»
Mas él dijo: «Vive Jehová, en cuya presencia estoy, que no lo aceptaré» Y le instaba que aceptara alguna cosa, pero él no quiso.
Entonces Naamán dijo: «Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová.»



2Reyes 5:1-17


La Biblia dice que Naamán era un general muy importante, había logrado muchas victorias militares, que “era muy valeroso” a la hora de la guerra, me imagino a Naamán como todo un líder militar victorioso, que tenía éxito en lo que emprendía, pero que no tenía éxito en su vida. ¿Pero que estoy diciendo? ¿Cómo puede ser? Naamán lo tenía todo, menos felicidad y paz. El gran general no podía acercarse a sus hijos y darles un beso, no podía ni siquiera abrazar a su esposa, no podía recibir un saludo de manos. No podía porque lo que tocara quedaba infectado, y no había cura, así como tampoco tenía cura para él. Jesús lo explica con estas palabras: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36).
Algo que me toca de cerca es el hecho que “por medio de él había dado Jehová salvación a Siria”, él había sido utilizado por Dios para cumplir sus designios en el reino de Siria, pero ahora estaba enfermo. Y esto es una realidad, que Dios puede emplearte, e inclusive que te pueda utilizar para salvar a mucha gente, pero eso no significa que estés “sano”. El mismo Jesús también dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22-23).
La lepra es un símbolo de pecado; y de hecho ambos tienen mucho en común: en primer lugar, ambos comienzan como una manchita apenas perceptible pero a medida que pasa el tiempo sino se trata termina afectándolo todo, y entre otras cosas, ambas producen dolor agonizante, una el cuerpo, la otra en el corazón pero al fin, ambas terminan en la muerte. Y esto hace de esta una historia fascinante: que todos somos malos y necesitamos ser “sanados”.
Naamán estaba preocupado por la situación. ¡Quien diría que la respuesta a su problema la tenía la sirvienta! Pero fue así, en realidad el resto de la historia se trata de la misma enseñanza; que hay que llevar los problemas donde pueden ser resueltos.
Naamán fue a buscar ayuda en Israel pero se desvió del camino, fue a buscar al rey cuando en realidad tenía que ir junto al varón de Dios, junto al profeta. Era totalmente lógico pensar que, al igual que las otras naciones, el rey podría encargarse la misión imposible. [Podría pensarse que el rey, al ser el elegido por los dioses, tendría sus favores: poderes de toda clase] El rey lo sabía; el cartero no se había equivocado, el destinario era él y la estampilla era el sello real de siria, y para su angustia, frente a él se encontraba un hombre blanco, lleno de lepra con un moño y una tarjeta de envío que decía “sáname” ¿Qué podía hacer él, vil mortal? Nada. Pero el cartero dejó otro rollo, era un memo “¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.” Dios quería grabar una fuerte impresión en la mente de este general sirio; el poder no es del rey, el poder no es del hombre, ni tampoco de su autoridad; el poder viene sólo de Dios.
Ahora la encomienda era remitida a donde debía ser mandada: al instrumento divino. Después de todo, ¿No había sido ese el consejo de la muchacha?
Ahora Naamán, y toda una delegación de soldados y siervos que estaban a su disposición, habían salido del refinado recinto palaciego y se dirigían al interior del país, a la casa de un humilde siervo de Dios, el cual ni siquiera salió a su encuentro, sino que le dijo que vaya se sumerja siete veces en el río Jordán.
Cuando Naamán escucho la receta médica, se enojó, y mucho. El estaba desconcertado: vino primero junto al rey, que lo atendería con todas las comodidades como lo merecen los altos cargos militares en las negociaciones diplomáticas, pero en vez de eso el rey lo había enviado afuera del palacio, lo envió a la casa ­(ni siquiera la oficina) del profeta; después Naamán pensó que este lo recibiría en la casa y allí mismo invocaría a Dios, y en un momento sublime lo curaría; pero no, el profeta envió un mensajero (que tenía más pinta de ser un atorrante criado que de ser un mensajero) y sin siquiera hacerlo pasar le dijo que se bañe en tal río y se sanaría. Estaba que ardía (y no de fiebre), estaba furioso y rengando, dijo: “Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?” Cuantas veces pasa que imaginamos que Dios por ser así o asa, debería actuar de esta u otra manera; la forma en la que pensó Naamán es como un patrón en la mayoría de las personas, o acaso no piensas que Dios debería actuar de una determinada manera en tu vida, que debiera darte todas las comodidades o producir ciertos sentimientos en tu corazón, y no es así, entonces Dios mintió, falló, rompió con el convenio. Pero cuán a menudo nos olvidamos de que el convenio es que íbamos a seguir a Dios a la manera de Dios, no a la nuestra.
Naamán nunca se hubiera curado de la lepra si no fuera porque sus criados, lo recordaron de esta gran verdad: “Si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?”. Muchas veces, nosotros somos así, pensamos que si Dios nos pidiera dar la vida por Él lo haríamos, pero a la hora de la verdad, las cosas sencillas no las hacemos, ¿Porqué? Por la falta de fe, porque “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La fe no es una palabra, es más que una promesa, la fe es sinceridad, es creer sinceramente en Dios, que existe; en su poder, que nada es imposible para Él; en su amor, que me ama profunda y apasionadamente, tanto que provee todo lo que necesito para ser feliz.
Es cierto, Abana y Farfar pueden tener aguas mas limpias que el Jordán, que pueden ser mas cristalinas, son muchos mas caudalosos que el riacho del Jordán, hasta tienen peces mucho más grandes que este arroyuelo; pero sabes que, ahí, en el Jordán, está la promesa de sanación. Esto es fe. Se trata de ir a donde hay que ir, a donde Dios dice que hay que ir.
A lo largo de mi vida he escuchado muchas predicaciones acerca de las 7 sumergidas de Naamán, de cómo se sumergía ansiosamente seis veces y todavía no pasaba nada y sin embargo en la séptima ocurrió un manifiesto milagro. No estoy en contra de estas predicaciones, pero creo que el milagro de la curación de la lepra iba más allá de la sanación física; el mayor milagro en esta historia, ocurrió fuera del agua, cuando Naamán agradecido por el milagro intenta obsequiar todo cuanto traía a Eliseo (el profeta contra quien se había enojado, pocas horas antes), pero como Eliseo, varón de Dios, le rechazó todos los regalos, Naamán le dio a Dios el mayor de todos los presentes que un hombre puede darle al Señor: el corazón. Naamán le dijo al señor me entrego en tus manos, y te seguiré a tu forma, como tu quieres que lo haga “porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová.”
Sabes, hoy Dios sigue siendo el mismo, su amor y su poder nunca cambian, porque ser eterno es uno de sus principales atributos. Hoy Dios sigue pidiendo que llevemos los problemas donde deben ser llevados, y que no nos preocupemos en la forma, porque eso se remite a Él. Cualquiera sea el mal que te esté afligiendo, porque no lo remites a donde debe ser, al Rey del Universo.



Pero Dios es mi rey desde tiempo antiguo;
El que obra salvación en medio de la tierra.
Salmos 74:12