viernes, 28 de diciembre de 2007

¿Me falló Dios?

He aquí Yo soy Dios de toda carne
¿Habrá algo demasiado dificil para mí?
Jeremías 32:27


Hoy es viernes de tarde estoy en El Carmen, Jujuy, colportando. Miro la obra de los dedos de Dios, miro el cielo y las montañas imponentes y me digo ¿Habrá algo imposible para Dios? Entonces recuerdo mi primer dibujo y el versículo que le coloqué y no puede evitar recordar como Dios me sacó de aquella fosa de angustia y depresión en la que estaba metido. Ya pasaron cinco años; ahora estoy haciendo obra misionera y cuando miro para atrás veo que Dios dirigió todo; probablemente hace cinco años atrás no pensaba (ni aún en mis más alocados sueños!) estar en Jujuy por tercera vez, ni mucho menos estar estudiando teología en la Universidad Adventista del Plata; pero es así... realmente no sé que me espera en mi futuro más próximo; pero no me importa porque sé a donde voy a largo plazo... tengo un cielo que me espera, un Señor y Dios a quien abrazar. Sueño con ello. No digo que no tenga resuelta mi vida o que no tenga problemas, no, todo lo contrario pero no me preocupo, sé en Quien confío. Alguna vez pensé que Dios me había fallado, hoy miro hacia atrás y sé que no me falló y miro hacia adelante y veo que no me fallará; y confío en su Palabra...

He aquí Yo soy Dios de toda carne
¿Habrá algo demasiado dificil para mí?
Jeremías 32:27

jueves, 4 de octubre de 2007

ABANA, FARFAR Y JORDAN



Pero Dios es mi rey desde tiempo antiguo;
El que obra salvación en medio de la tierra. Salmos 74:12



Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso.
Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Ésta dijo a su señora: «Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.»
Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: «Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel». Y le dijo el rey de Siria: «Anda, ve, y yo enviaré cartas al rey de Israel.»
Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos. Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían así: “Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra.”
Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: «¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí.»
Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: «¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.»
Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: «Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio.»
Y Naamán se fue enojado, diciendo: «He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?» Y se volvió, y se fue enojado. Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?
Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: «He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente de tu siervo.»
Mas él dijo: «Vive Jehová, en cuya presencia estoy, que no lo aceptaré» Y le instaba que aceptara alguna cosa, pero él no quiso.
Entonces Naamán dijo: «Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová.»



2Reyes 5:1-17


La Biblia dice que Naamán era un general muy importante, había logrado muchas victorias militares, que “era muy valeroso” a la hora de la guerra, me imagino a Naamán como todo un líder militar victorioso, que tenía éxito en lo que emprendía, pero que no tenía éxito en su vida. ¿Pero que estoy diciendo? ¿Cómo puede ser? Naamán lo tenía todo, menos felicidad y paz. El gran general no podía acercarse a sus hijos y darles un beso, no podía ni siquiera abrazar a su esposa, no podía recibir un saludo de manos. No podía porque lo que tocara quedaba infectado, y no había cura, así como tampoco tenía cura para él. Jesús lo explica con estas palabras: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36).
Algo que me toca de cerca es el hecho que “por medio de él había dado Jehová salvación a Siria”, él había sido utilizado por Dios para cumplir sus designios en el reino de Siria, pero ahora estaba enfermo. Y esto es una realidad, que Dios puede emplearte, e inclusive que te pueda utilizar para salvar a mucha gente, pero eso no significa que estés “sano”. El mismo Jesús también dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22-23).
La lepra es un símbolo de pecado; y de hecho ambos tienen mucho en común: en primer lugar, ambos comienzan como una manchita apenas perceptible pero a medida que pasa el tiempo sino se trata termina afectándolo todo, y entre otras cosas, ambas producen dolor agonizante, una el cuerpo, la otra en el corazón pero al fin, ambas terminan en la muerte. Y esto hace de esta una historia fascinante: que todos somos malos y necesitamos ser “sanados”.
Naamán estaba preocupado por la situación. ¡Quien diría que la respuesta a su problema la tenía la sirvienta! Pero fue así, en realidad el resto de la historia se trata de la misma enseñanza; que hay que llevar los problemas donde pueden ser resueltos.
Naamán fue a buscar ayuda en Israel pero se desvió del camino, fue a buscar al rey cuando en realidad tenía que ir junto al varón de Dios, junto al profeta. Era totalmente lógico pensar que, al igual que las otras naciones, el rey podría encargarse la misión imposible. [Podría pensarse que el rey, al ser el elegido por los dioses, tendría sus favores: poderes de toda clase] El rey lo sabía; el cartero no se había equivocado, el destinario era él y la estampilla era el sello real de siria, y para su angustia, frente a él se encontraba un hombre blanco, lleno de lepra con un moño y una tarjeta de envío que decía “sáname” ¿Qué podía hacer él, vil mortal? Nada. Pero el cartero dejó otro rollo, era un memo “¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.” Dios quería grabar una fuerte impresión en la mente de este general sirio; el poder no es del rey, el poder no es del hombre, ni tampoco de su autoridad; el poder viene sólo de Dios.
Ahora la encomienda era remitida a donde debía ser mandada: al instrumento divino. Después de todo, ¿No había sido ese el consejo de la muchacha?
Ahora Naamán, y toda una delegación de soldados y siervos que estaban a su disposición, habían salido del refinado recinto palaciego y se dirigían al interior del país, a la casa de un humilde siervo de Dios, el cual ni siquiera salió a su encuentro, sino que le dijo que vaya se sumerja siete veces en el río Jordán.
Cuando Naamán escucho la receta médica, se enojó, y mucho. El estaba desconcertado: vino primero junto al rey, que lo atendería con todas las comodidades como lo merecen los altos cargos militares en las negociaciones diplomáticas, pero en vez de eso el rey lo había enviado afuera del palacio, lo envió a la casa ­(ni siquiera la oficina) del profeta; después Naamán pensó que este lo recibiría en la casa y allí mismo invocaría a Dios, y en un momento sublime lo curaría; pero no, el profeta envió un mensajero (que tenía más pinta de ser un atorrante criado que de ser un mensajero) y sin siquiera hacerlo pasar le dijo que se bañe en tal río y se sanaría. Estaba que ardía (y no de fiebre), estaba furioso y rengando, dijo: “Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?” Cuantas veces pasa que imaginamos que Dios por ser así o asa, debería actuar de esta u otra manera; la forma en la que pensó Naamán es como un patrón en la mayoría de las personas, o acaso no piensas que Dios debería actuar de una determinada manera en tu vida, que debiera darte todas las comodidades o producir ciertos sentimientos en tu corazón, y no es así, entonces Dios mintió, falló, rompió con el convenio. Pero cuán a menudo nos olvidamos de que el convenio es que íbamos a seguir a Dios a la manera de Dios, no a la nuestra.
Naamán nunca se hubiera curado de la lepra si no fuera porque sus criados, lo recordaron de esta gran verdad: “Si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?”. Muchas veces, nosotros somos así, pensamos que si Dios nos pidiera dar la vida por Él lo haríamos, pero a la hora de la verdad, las cosas sencillas no las hacemos, ¿Porqué? Por la falta de fe, porque “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). La fe no es una palabra, es más que una promesa, la fe es sinceridad, es creer sinceramente en Dios, que existe; en su poder, que nada es imposible para Él; en su amor, que me ama profunda y apasionadamente, tanto que provee todo lo que necesito para ser feliz.
Es cierto, Abana y Farfar pueden tener aguas mas limpias que el Jordán, que pueden ser mas cristalinas, son muchos mas caudalosos que el riacho del Jordán, hasta tienen peces mucho más grandes que este arroyuelo; pero sabes que, ahí, en el Jordán, está la promesa de sanación. Esto es fe. Se trata de ir a donde hay que ir, a donde Dios dice que hay que ir.
A lo largo de mi vida he escuchado muchas predicaciones acerca de las 7 sumergidas de Naamán, de cómo se sumergía ansiosamente seis veces y todavía no pasaba nada y sin embargo en la séptima ocurrió un manifiesto milagro. No estoy en contra de estas predicaciones, pero creo que el milagro de la curación de la lepra iba más allá de la sanación física; el mayor milagro en esta historia, ocurrió fuera del agua, cuando Naamán agradecido por el milagro intenta obsequiar todo cuanto traía a Eliseo (el profeta contra quien se había enojado, pocas horas antes), pero como Eliseo, varón de Dios, le rechazó todos los regalos, Naamán le dio a Dios el mayor de todos los presentes que un hombre puede darle al Señor: el corazón. Naamán le dijo al señor me entrego en tus manos, y te seguiré a tu forma, como tu quieres que lo haga “porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová.”
Sabes, hoy Dios sigue siendo el mismo, su amor y su poder nunca cambian, porque ser eterno es uno de sus principales atributos. Hoy Dios sigue pidiendo que llevemos los problemas donde deben ser llevados, y que no nos preocupemos en la forma, porque eso se remite a Él. Cualquiera sea el mal que te esté afligiendo, porque no lo remites a donde debe ser, al Rey del Universo.



Pero Dios es mi rey desde tiempo antiguo;
El que obra salvación en medio de la tierra.
Salmos 74:12

martes, 25 de septiembre de 2007

LEJOS Y AUTOSUFICIENTE


Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios,
para que él os exalte cuando fuere tiempo. 1 Pedro 5:6

"Amigos, es necesario que yo sea entregado y muera por ustedes para que se cumpla lo escrito, y ustedes se shoquearán" dijo Jesús a sus discípulos. "Todos menos yo, porque yo no me apartaré de Tí" dijo Pedro. "Me negarás tres veces antes que el gallo cante" le respondió el Maestro. Pedro le replicó: "Aunque me sea necesario moriré contigo, pero no te negaré". Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Pero Pedro pensó para sí: "¿Porqué dice esto el Maestro de mí? ¿Acaso no confía en mí?"
Creo que todos los cristianos a menudo ofrecemos como Pedro fidelidad al Maestro Jesús, una fidelidad idealista y honesta. ¿Está mal lo que le dijo Pedro a Jesús? No; todo lo contrario, estaba diciendo algo más que correcto. Sin embargo había algo que Jesús le quiso decir a Pedro aquella noche y él no entendió. Jesús le quería decir que no sea orgulloso, porque donde hay orgullo también hay "autosuficiencia". Y pongo autosuficiencia entre comillas porque la autosuficiencia es un engaño personal; nadie es autosuficiente, todo lo contrario, todos necesitamos de otros; pero tal vez lo peor de la "autosuficiencia" es que nos hace sentir que ni siquiera necesitamos de Dios.
Cuantas veces por orgullo hacemos cosas tontas. El orgullo nos hace olvidar las cosas lindas del pasado. Por orgullo muchas veces pensamos que no necesitamos de nadie para vivir; que nunca lo necesitamos y que nunca lo necesitaremos; pero a veces nos olvidamos que desde que nacemos cuando somos apenas unos bebés no podemos hacer algo por nosotros mismos; que nuestros padres nos tuvieron que alimentar porque nosotros no podíamos hacerlo. Quien sabe si Dios nos hizo así para enseñarnos la primera y tal vez una de las más grandes lecciones de la vida: Nadie es autosuficiente.
Jesús quería recordarle esto aquella noche, cuando quiso lavarle los pies, pero Pedro que lo entendió no rindió todo su orgullo, Jesús quería que Pedro confíe en él. Jesús quería que Pedro vuelva a decir: "¡Señor, sálvame!" de mi orgullo. Y si Pedro hubiera exclamado estas palabras, Jesús nuevamente le extendería su mano y lo salvaría.
Jesús llevó a sus discípulos al monte Getsemaní, y le encargó a Pedro junto con otros dos una tarea del todo especial; los llevó a otro lugar y les dijo que debían orar y velar por lo que pronto sucedería, mientras tanto que Jesús un poco más arriba en el monte oraba por fuerzas y sudaba sangre por la agonía. Pero después de un hora, cuando Jesús regresó, Pedro y todos los discípulos estaban profundamente dormidos. Jesús los despertó y le pidió por favor que oren por Él, sin embargo el sueño los volvió a vencer y cuando Jesús regresó los volvió a encontrar durmiendo, siguió orando y regresó nuevamente y entonces los despertó. Les dijo "Ya pueden dormir, ya está, ahí viene el que me va entregar". Jesús quería que ellos oren por Él en unos de los momentos más duros de su vida, pero no aguantaron el sueño. Mientras ellos dormían, Jesús, había decidido definitivamente dar su vida por ellos y por todos los hombres. Ahora ya no había más que hacer, estaba todo dicho.
Sin embargo Pedro, sabía que le había fallado a Jesús y pensaba "le voy a demostrar al Maestro que se puede confiar en mí". Su orgullo lo llevó lejos del pensamiento que Jesús quería que tenga. Y cuando Judas apareció con la tropa de soldados, Pedro saltó en defensa de su Maestro, sacó una espada y le cortó la oreja a uno. Pero Jesús tomando la oreja amputada, la volvió a colocar en su lugar y sanó la herida. Entonces le miró a Pedro a los ojos y le dijo: "Pedro, ¿Si no muero, como se cumplirá la profecía? ¿Cómo se cumplirá la voluntad de mi Padre sino la hago?"
¿Cuantas veces te pasó que intentabas hacer la voluntad de Dios a tu manera? Suele pasar que pensamos que estamos haciendo la voluntad de Dios en nuestras vidas pero en realidad no la hacemos porque nuestro orgullo es en realidad el motor de nuestro accionar.
Y viendo la sangre en su espada, Pedro y los demás discípulos huyeron por miedo que los arresten a ellos también. Los discípulos debían haber orado por fuerzas así como Jesús les había pedido. Pero no lo hicieron. Ahora casi todos se habían apartado de Jesús.
"¿A donde vas?" preguntó Pedro, "con el Maestro", dijo Juan y se fue con la tropa de soldados. "Yo no debería estar escondido aquí, detrás de este espino" pensaba para sí Pedro. "Estos cobardes, no hicieron nada, a lo mejor si hubieran actuado como yo, Jesús no hubiera sido arrestado, tal vez Jesús no lo dijo en serio, tal vez lo dijo para no traernos problemas... me voy con Juan, a lo mejor hago algo bueno para el maestro" Y Pedro seguía a Jesús de lejos.
"Hey Pedro!, vamos, conseguí permiso para poder entrar y ver el juicio de Jesús, vamos apúrate que hay mucha gente y nos quedamos sin lugar". Le dijo Juan mientras entraba al salón principal. "Yo me quedo aquí en el patio, total se ve bien desde aquí afuera y a parte es más seguro" le dijo Pedro y se quedó allí. Todavía era oscura la noche y una mujer se acercó a Pedro que se escondía entre la gente.
"Si que eres valiente" le dijo la mujer, "¿Por que?" preguntó Pedro. "Creí que los discípulos de Jesús no podían entrar aquí" le contestó la mujer porque era la portera, "yo no soy su discípulo", y se fue a la puerta del patio y en seguida vinieron los guardias y el les dijo "Pero yo no soy discípulo de Jesús, juro que no tengo nada que ver con el", y los guardias un poco desconfiados, le dejaron quedarse, ahí en la puerta del patio, todavía podía ver a Jesús, pero ahora su rostro esta sangrando, ¡alguien le había pegado a su maestro y él no había hecho nada por defenderlo!. "Lo tenía que hacer, sino me iban a encarcelar" se excusaba para sí.
Pero tenía su espada escondida, que todavía escurría las últimas gotas de sangre en el suelo y que apenas se disimulaba debajo de su capa que poco lo protegía del frío nocturno. Ahora Pedro se acercó a los mismos guardias que estaban haciendo fuego un poco más lejos de la puerta. Y desde allí apenas podía ver a Jesús, pero Jesús, que estaba sobre una plataforma, lo veía bien. Sin embargo Pedro estaba con un ojo en Jesús y con un ojo en los movimiento de los soldados.
"Yo te conozco, tu eres uno de sus discípulos" le dijo un hombre frente a los guardias "¿Discípulo de quien?" replicó Pedro, "De Jesús, yo te vi en el huerto de los olivos hace un rato, vi cuando le cortaste la oreja a Malco, mi pariente" le dijo el hombre. Entonces Pedro dijo: "Pero, cuantas veces tengo que decirlo, [grosería], juro que no conozco a [adjetivo de insulto] Jesús". Y con otras palabras como esas y con toda clase de juramento e insultos, negó Pedro otra vez; y en seguida cantó el gallo.
Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.
Cuando Pedro escuchó al gallo miró al Maestro a quien había prometido fidelidad, a quien acaba de insultar. Y se dio cuenta de donde lo había llevado su orgullo. Y salió a fuera, con ese último recuerdo de Jesús, un rostro golpeado mientras él lo negaba. Atrás quedaba su orgullo y su valentía; todo eso era una vanidad. Había despreciado a aquel que había apostado por él y lo había llamado para algo mejor.
Había negado a Aquel que un día de pesca le había dicho "Sígueme"; a Aquel a quien aquella noche de tormenta cuando Jesús le dijo que venga caminado sobre las aguas hasta donde él estaba, pero que cuando miró hacía atrás se hundió en las aguas y fue allí cuando dijo "Maestro, sálvame" y Jesús lo saco del agua, salvando así su vida. Había renunciado a su discipulado para conservar su vida. Las palabras "Todos menos yo porque yo no me apartaré de Ti" y "Aunque me sea necesario moriré contigo, pero no te negaré" hacían eco en su mente. Esa misma noche había dicho que no negaría a Jesús, pero lo había negado tres veces. Había dicho que él no se apartaría de Jesús, pero había huido como los otros; dijo que se mantendría junto a él, y cuando seguía a Jesús en el camino lo seguía de lejos y en el juicio también cada vez más lejos, geográficamente y en el corazón también. Jesús estaba por morir, y no había vuelta atrás, estaba arrepentido, pero ya no vería a Jesús con vida nunca más.
Pasó una semana, Jesús había muerto en la cruz de una forma indescriptible, pero milagrosamente había resucitado y dijo a sus discípulos que los vería en Galilea.
Ahora los discípulos estaban esperando. Pedro ya no se consideraba más un discípulo; no era digno después de lo que había hecho; y había decidido regresar a su antigua profesión de pescador, asique tomó de nuevo la red y la barca y se metió junto con los demás discípulos al mar a pescar, habían pasado toda la noche intentado capturar algo, pero no habían pescado nada. Alguien les gritó que tiren la red al otro lado de la barca, ya lo habían hecho muchas veces aquella noche, pero lo volvieron a tirarla. Grande fue la sorpresa cuando recogieron la red porque ¡casi no la podían sacar por la cantidad tan grande de peces que había!
"¡Es Jesús!" dijo Pedro, mientras se tiraba al agua para ir nadando con todas sus fuerzas hasta donde estaba su maestro. Llegó primero; los demás todavía tenían que recoger las redes. Jesús estaba esperando a sus amigos con un pescado sobre las brazas. A medida que iban llegando se iban sentando pero nadie decía nada, porque sabían que era Jesús. Alguien dijo algo, y pronto los discípulos y su Maestro ya es estaban riendo. Había alegría entre ellos, menos en uno, Pedro. Jesús leyó su corazón...
Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo.
Con estas palabras Pedro admitió, que Jesús sabía lo que él había hecho, y que estaba arrepentido. Se le partía el corazón porque Jesús le preguntaba si lo amaba, pero Pedro ya no respondía por jactarse sino que lo decía de corazón sincero y humilde. Había comprendido el amor de Dios, y quería servirle pero no para ser el mejor sino porque había pasado por la conversión, la decisión de ser un siervo fiel y humilde del Señor en todo. Jesús, por cada negación que Pedro había hecho, le preguntó si correspondía a su amor. Y así lo restableció delante de todos como su discípulo. De allí en adelante, Pedro sería dependiente de Dios y se mantendría cerca de él.
...Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.
Mucho tiempo después, cuando era un gran apóstol de Dios, Pedro escribió: Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.
Hoy y ahora, sea donde sea que estés, si de por casulidad, te consideras que no necesitas de Nadie o si estuviste lejos de Cristo, el mismo Maestro, te pregunta "¿Me amas?, deja de un lado tu orgullo, acércate a Mí hoy y permíteme obrar poderosa y exclusivamente en tu vida"
Cierra tus ojos y contéstale.