martes, 25 de septiembre de 2007

LEJOS Y AUTOSUFICIENTE


Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios,
para que él os exalte cuando fuere tiempo. 1 Pedro 5:6

"Amigos, es necesario que yo sea entregado y muera por ustedes para que se cumpla lo escrito, y ustedes se shoquearán" dijo Jesús a sus discípulos. "Todos menos yo, porque yo no me apartaré de Tí" dijo Pedro. "Me negarás tres veces antes que el gallo cante" le respondió el Maestro. Pedro le replicó: "Aunque me sea necesario moriré contigo, pero no te negaré". Y todos los discípulos dijeron lo mismo. Pero Pedro pensó para sí: "¿Porqué dice esto el Maestro de mí? ¿Acaso no confía en mí?"
Creo que todos los cristianos a menudo ofrecemos como Pedro fidelidad al Maestro Jesús, una fidelidad idealista y honesta. ¿Está mal lo que le dijo Pedro a Jesús? No; todo lo contrario, estaba diciendo algo más que correcto. Sin embargo había algo que Jesús le quiso decir a Pedro aquella noche y él no entendió. Jesús le quería decir que no sea orgulloso, porque donde hay orgullo también hay "autosuficiencia". Y pongo autosuficiencia entre comillas porque la autosuficiencia es un engaño personal; nadie es autosuficiente, todo lo contrario, todos necesitamos de otros; pero tal vez lo peor de la "autosuficiencia" es que nos hace sentir que ni siquiera necesitamos de Dios.
Cuantas veces por orgullo hacemos cosas tontas. El orgullo nos hace olvidar las cosas lindas del pasado. Por orgullo muchas veces pensamos que no necesitamos de nadie para vivir; que nunca lo necesitamos y que nunca lo necesitaremos; pero a veces nos olvidamos que desde que nacemos cuando somos apenas unos bebés no podemos hacer algo por nosotros mismos; que nuestros padres nos tuvieron que alimentar porque nosotros no podíamos hacerlo. Quien sabe si Dios nos hizo así para enseñarnos la primera y tal vez una de las más grandes lecciones de la vida: Nadie es autosuficiente.
Jesús quería recordarle esto aquella noche, cuando quiso lavarle los pies, pero Pedro que lo entendió no rindió todo su orgullo, Jesús quería que Pedro confíe en él. Jesús quería que Pedro vuelva a decir: "¡Señor, sálvame!" de mi orgullo. Y si Pedro hubiera exclamado estas palabras, Jesús nuevamente le extendería su mano y lo salvaría.
Jesús llevó a sus discípulos al monte Getsemaní, y le encargó a Pedro junto con otros dos una tarea del todo especial; los llevó a otro lugar y les dijo que debían orar y velar por lo que pronto sucedería, mientras tanto que Jesús un poco más arriba en el monte oraba por fuerzas y sudaba sangre por la agonía. Pero después de un hora, cuando Jesús regresó, Pedro y todos los discípulos estaban profundamente dormidos. Jesús los despertó y le pidió por favor que oren por Él, sin embargo el sueño los volvió a vencer y cuando Jesús regresó los volvió a encontrar durmiendo, siguió orando y regresó nuevamente y entonces los despertó. Les dijo "Ya pueden dormir, ya está, ahí viene el que me va entregar". Jesús quería que ellos oren por Él en unos de los momentos más duros de su vida, pero no aguantaron el sueño. Mientras ellos dormían, Jesús, había decidido definitivamente dar su vida por ellos y por todos los hombres. Ahora ya no había más que hacer, estaba todo dicho.
Sin embargo Pedro, sabía que le había fallado a Jesús y pensaba "le voy a demostrar al Maestro que se puede confiar en mí". Su orgullo lo llevó lejos del pensamiento que Jesús quería que tenga. Y cuando Judas apareció con la tropa de soldados, Pedro saltó en defensa de su Maestro, sacó una espada y le cortó la oreja a uno. Pero Jesús tomando la oreja amputada, la volvió a colocar en su lugar y sanó la herida. Entonces le miró a Pedro a los ojos y le dijo: "Pedro, ¿Si no muero, como se cumplirá la profecía? ¿Cómo se cumplirá la voluntad de mi Padre sino la hago?"
¿Cuantas veces te pasó que intentabas hacer la voluntad de Dios a tu manera? Suele pasar que pensamos que estamos haciendo la voluntad de Dios en nuestras vidas pero en realidad no la hacemos porque nuestro orgullo es en realidad el motor de nuestro accionar.
Y viendo la sangre en su espada, Pedro y los demás discípulos huyeron por miedo que los arresten a ellos también. Los discípulos debían haber orado por fuerzas así como Jesús les había pedido. Pero no lo hicieron. Ahora casi todos se habían apartado de Jesús.
"¿A donde vas?" preguntó Pedro, "con el Maestro", dijo Juan y se fue con la tropa de soldados. "Yo no debería estar escondido aquí, detrás de este espino" pensaba para sí Pedro. "Estos cobardes, no hicieron nada, a lo mejor si hubieran actuado como yo, Jesús no hubiera sido arrestado, tal vez Jesús no lo dijo en serio, tal vez lo dijo para no traernos problemas... me voy con Juan, a lo mejor hago algo bueno para el maestro" Y Pedro seguía a Jesús de lejos.
"Hey Pedro!, vamos, conseguí permiso para poder entrar y ver el juicio de Jesús, vamos apúrate que hay mucha gente y nos quedamos sin lugar". Le dijo Juan mientras entraba al salón principal. "Yo me quedo aquí en el patio, total se ve bien desde aquí afuera y a parte es más seguro" le dijo Pedro y se quedó allí. Todavía era oscura la noche y una mujer se acercó a Pedro que se escondía entre la gente.
"Si que eres valiente" le dijo la mujer, "¿Por que?" preguntó Pedro. "Creí que los discípulos de Jesús no podían entrar aquí" le contestó la mujer porque era la portera, "yo no soy su discípulo", y se fue a la puerta del patio y en seguida vinieron los guardias y el les dijo "Pero yo no soy discípulo de Jesús, juro que no tengo nada que ver con el", y los guardias un poco desconfiados, le dejaron quedarse, ahí en la puerta del patio, todavía podía ver a Jesús, pero ahora su rostro esta sangrando, ¡alguien le había pegado a su maestro y él no había hecho nada por defenderlo!. "Lo tenía que hacer, sino me iban a encarcelar" se excusaba para sí.
Pero tenía su espada escondida, que todavía escurría las últimas gotas de sangre en el suelo y que apenas se disimulaba debajo de su capa que poco lo protegía del frío nocturno. Ahora Pedro se acercó a los mismos guardias que estaban haciendo fuego un poco más lejos de la puerta. Y desde allí apenas podía ver a Jesús, pero Jesús, que estaba sobre una plataforma, lo veía bien. Sin embargo Pedro estaba con un ojo en Jesús y con un ojo en los movimiento de los soldados.
"Yo te conozco, tu eres uno de sus discípulos" le dijo un hombre frente a los guardias "¿Discípulo de quien?" replicó Pedro, "De Jesús, yo te vi en el huerto de los olivos hace un rato, vi cuando le cortaste la oreja a Malco, mi pariente" le dijo el hombre. Entonces Pedro dijo: "Pero, cuantas veces tengo que decirlo, [grosería], juro que no conozco a [adjetivo de insulto] Jesús". Y con otras palabras como esas y con toda clase de juramento e insultos, negó Pedro otra vez; y en seguida cantó el gallo.
Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.
Cuando Pedro escuchó al gallo miró al Maestro a quien había prometido fidelidad, a quien acaba de insultar. Y se dio cuenta de donde lo había llevado su orgullo. Y salió a fuera, con ese último recuerdo de Jesús, un rostro golpeado mientras él lo negaba. Atrás quedaba su orgullo y su valentía; todo eso era una vanidad. Había despreciado a aquel que había apostado por él y lo había llamado para algo mejor.
Había negado a Aquel que un día de pesca le había dicho "Sígueme"; a Aquel a quien aquella noche de tormenta cuando Jesús le dijo que venga caminado sobre las aguas hasta donde él estaba, pero que cuando miró hacía atrás se hundió en las aguas y fue allí cuando dijo "Maestro, sálvame" y Jesús lo saco del agua, salvando así su vida. Había renunciado a su discipulado para conservar su vida. Las palabras "Todos menos yo porque yo no me apartaré de Ti" y "Aunque me sea necesario moriré contigo, pero no te negaré" hacían eco en su mente. Esa misma noche había dicho que no negaría a Jesús, pero lo había negado tres veces. Había dicho que él no se apartaría de Jesús, pero había huido como los otros; dijo que se mantendría junto a él, y cuando seguía a Jesús en el camino lo seguía de lejos y en el juicio también cada vez más lejos, geográficamente y en el corazón también. Jesús estaba por morir, y no había vuelta atrás, estaba arrepentido, pero ya no vería a Jesús con vida nunca más.
Pasó una semana, Jesús había muerto en la cruz de una forma indescriptible, pero milagrosamente había resucitado y dijo a sus discípulos que los vería en Galilea.
Ahora los discípulos estaban esperando. Pedro ya no se consideraba más un discípulo; no era digno después de lo que había hecho; y había decidido regresar a su antigua profesión de pescador, asique tomó de nuevo la red y la barca y se metió junto con los demás discípulos al mar a pescar, habían pasado toda la noche intentado capturar algo, pero no habían pescado nada. Alguien les gritó que tiren la red al otro lado de la barca, ya lo habían hecho muchas veces aquella noche, pero lo volvieron a tirarla. Grande fue la sorpresa cuando recogieron la red porque ¡casi no la podían sacar por la cantidad tan grande de peces que había!
"¡Es Jesús!" dijo Pedro, mientras se tiraba al agua para ir nadando con todas sus fuerzas hasta donde estaba su maestro. Llegó primero; los demás todavía tenían que recoger las redes. Jesús estaba esperando a sus amigos con un pescado sobre las brazas. A medida que iban llegando se iban sentando pero nadie decía nada, porque sabían que era Jesús. Alguien dijo algo, y pronto los discípulos y su Maestro ya es estaban riendo. Había alegría entre ellos, menos en uno, Pedro. Jesús leyó su corazón...
Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo.
Con estas palabras Pedro admitió, que Jesús sabía lo que él había hecho, y que estaba arrepentido. Se le partía el corazón porque Jesús le preguntaba si lo amaba, pero Pedro ya no respondía por jactarse sino que lo decía de corazón sincero y humilde. Había comprendido el amor de Dios, y quería servirle pero no para ser el mejor sino porque había pasado por la conversión, la decisión de ser un siervo fiel y humilde del Señor en todo. Jesús, por cada negación que Pedro había hecho, le preguntó si correspondía a su amor. Y así lo restableció delante de todos como su discípulo. De allí en adelante, Pedro sería dependiente de Dios y se mantendría cerca de él.
...Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.
Mucho tiempo después, cuando era un gran apóstol de Dios, Pedro escribió: Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.
Hoy y ahora, sea donde sea que estés, si de por casulidad, te consideras que no necesitas de Nadie o si estuviste lejos de Cristo, el mismo Maestro, te pregunta "¿Me amas?, deja de un lado tu orgullo, acércate a Mí hoy y permíteme obrar poderosa y exclusivamente en tu vida"
Cierra tus ojos y contéstale.