sábado, 8 de agosto de 2009

Un humilde yuyito


No dará tu pie al resbaladero,
Ni se dormirá el que te guarda.
Salmos 121:3

El domingo pasado estaba en Tilcara, provincia argentina de Jujuy. Con unos amigos, Germán y Ciro, decidimos aprovechar aquel día esplendido. El cielo profundamente azul aparentemente tan cerca de las cumbres y las montañas de los más variados colores reclamaban nuestra presencia en una de las cimas de estas. Las aves revoloteaban cantando por aquel manto celestial. La paz se sentía por doquier; el pueblo estaba callado porque ya la mayoría de los turistas regresaban a sus hogares y con ellos se fueron las bulliciosas fiestas.
Por una cuestión de tiempo decidimos ir a las cuevas del Waira, unas cuevas donde desde tiempos antiquísimos los tilcaras (nombre de los pobladores originarios del lugar) y posteriormente los incas usaron de refugio.
Nunca antes había estado en una cueva creí que sería una experiencia muy buena. Me habían hablado mis amigos de aquel lugar: Viste el cerro que está detrás de la casa de los Vilte (familia amiga que nos había ayudado muchísimo, y que vivían en lado oeste de la quebrada, al otro lado del pueblo)... Sí, este cerro marrón con cortadas, bueno detrás de este cerro hay otro, casi en la cima de ese están las cuevas... Ahí vamos a ir, te va a gustar.
La idea me fascinó... nunca antes había subido un cerro tan alto a tanta altura sobre el nivel del mar, ya Tilcara está a unos 2450 metros sobre el nivel del mar (msnm), pero subir unos 500 metros más era batir uno de mis records por muy lejos. Soy oriundo de Entre Ríos y vivo en uno de los puntos más altos de la provincia, sobre la colina de la Esperanza en Libertador San Martin a unos 100 msnm. Me crié en Asunción del Paraguay que creo que está a unos 50 msnm. Sería el punto más alto que hubiera alguna vez estado por mis propios esfuerzos. ¿Que sería estar en una cima tan cerca del cielo?
Ya eran casi las 11 del mediodía cuando empezamos a bajar desde el pueblo para ir a las cuevas. Estaba fresco, no creíamos necesitar demasiada agua asique llevamos unas cuantas naranjas junto con algunos pomelos. No íbamos a demorar más de un par de horas.
Cruzamos el pueblo y la ruta y subimos la bajada del Sarahuaico. El paisaje pedregoso de las laderas hacía evidente la recomendación de no subirlas sino por senderos proveídos para los excursionistas. Pero las cabras que no entendían de esas recomendaciones y que no tenían el problema de desabarrancarse andaban por todas partes ya habían trazado sus propios caminos.
Cuando llegamos al pié del primer cerro tuvimos que decidir que hacer: si subir por la bajada, bordeando la montaña o subir por un sendero que iba por el vértice de 2 laderas hacía la cumbre de la montaña. Por mayoría de votos decidimos ir por el camino de la montaña, el paisaje sería mucho más espectacular, y ni bien subimos la primera subida lo confirmamos… nos detuvimos a tomar aire; el camino era mucho más difícil; había que saltar barrancos y el camino era muy empinado de costado, tanto que si se pisaba mal uno resbalaría hacia el vacío; pero valía la pena subir el paisaje era increíble. El único sonido del viento, las calmas y majestuosas montañas y el cielo infinitamente azul sereno que empezaba a salpicarse de pequeñas nubes blancas hacían que el simple hecho de estar allí valga cualquier esfuerzo e invitaban a subir unos metros más.
Pronto las fuerzas ya no daban más; estábamos exhaustos, sólo Germán siguió avanzando se paró sobre una de las cumbres a su lado había un barranco de unos 30 metros, nos pareció muy arriesgado. Decidimos con Ciro que no iríamos por ahí; Germán regresó y nos dijo que el camino se acababa en esa cumbre. Tendríamos que bajar por la ladera o regresar hasta el pie de la montaña por el sendero. Obviamente no regresaríamos. Bajamos por la ladera por donde no hay sendero. “El camino se hace al andar”, y bajar fuimos. Cada uno tomó un “camino” diferente. Germán bajó hacia la izquierda, Ciro a la derecha y yo bajé por el medio.
Germán bajó sin problemas bajó corriendo erguido la montaña, saltó entre una piedras en puntillas de pies sin deslizarse entre las piedras y los pedruscos que se desprendían. Ciro eligió un camino más seguro; bajó deslizándose por el costado de una saliente donde había muchas plantas y piedras más firmes, bajó unos metros pero ya no pudo bajar más. Yo bajé unos metros deslizándome, no pude bajar más porque no tenía de donde sujetarme y no tenía ni una planta en el camino, asique con la ayuda de de una piedra filosa con forma de flecha clavando la tierra me dirigí a donde estaba Ciro. Germán nos gritaba desde abajo (unos 70 o 100 metros), que vayamos a la izquierda, que bajemos por donde bajó él, pero era muy arriesgado. Juntos con Ciro fuimos a la derecha. Bordeamos la saliente y bajamos unos metros más.
Pronto nos encontramos arriba de otra saliente de tierra blanda de color rojo oscuro. Era tierra blanda que fácilmente se desprende. Más abajo había una capa de piedritas que se desmoronaron y que hacen que te resbales cuesta abajo, y más abajo estaba un barranco de 2 metros, no era muy alto el barranco, pero debajo de este había grandes lajas, que son piedras filosas y puntiagudas.
Pensamos como bajar porque subir no podíamos, los pedruscos haría que resbalemos. Germán, cansado de gritarnos el camino que debíamos seguir, vino corriendo; subió por otra saliente, corrió por la tierra roja, saltó un pequeño barranco y siguió subiendo por la tierra roja unos metros más arriba hasta la tierra marrón más solida donde estábamos nosotros. Parecía una gacela. Nos dijo que lo miráramos y viéramos por donde él había ido. Y así como subió, así bajó, corriendo rápidamente y saltando entre la tierra roja y algunos peñascos. Pronto lo vimos allá abajo desde donde antes nos gritaba. Ciro siguió toda la corrida con la cámara mientras los filmaba.
Ahora tenía que bajar, después le tocaría a Ciro la oportunidad. De esta forma si algo me pasaba, Ciro podría ayudarme. Cerré los ojos e hice una oración. Cuando abrí los ojos miré el desafío que tenía delante de mí, sentía la adrenalina circulando en todo mi cuerpo, tenía el corazón en la garganta. Grité y salí corriendo. Corrí unos metros, veía como mis calzados se enterraban en la tierra roja. Me estaba deslizando inadvertidamente cuesta abajo pero corría lo más rápido que podía. Después de unos 10 metros llegué a tierra más firme, era la capa de tierra marrón llena de pedruscos, estaba justo encima de ella.
Me tomé unos segundos. Germán me gritaba desde abajo. No recuerdo lo que decía, estaba inconsciente en la adrenalina. Respiré profundo y de un saltó a la tierra roja me dispuse a correr los últimos 7 metros hasta la tierra más firme. Salté y caí con los dos pies en la tierra roja, afortunadamente no caí cobre el pedrusco sino unos 50 cm más arriba. Levanté uno de los pies para empezar a correr y cuando lo levanté la tierra roja que estaba por debajo empezó a ceder y pronto me estaba resbalando por la capa marrón de pedrusco. Estaba cayendo de costado por la ladera hacia el pequeño barranco; con la pierna izquierda empecé a usarla de freno mientras desesperadamente intentaba ponerme en pie o por lo menos caer acostado, así podría agarrarme de cualquier planta o alguna piedra, pero todo lo que intentaba agarrar se desprendía no había forma de parar, había algunos pequeños cactus, pero al no tener mucha raíz se rompían fácilmente y lo único que hice al intentar apoyarme en ellos, fue ligarme unas cuantas espinas. La piedra en forma de flecha no podía clavarse en la tierra más dura, era muy útil en la tierra blanda roja o algunos suelos parecidos pero no en el suelo duro donde había pedrusco, lo único que logré al usarla fue romperme el dedo del medio de la mano derecha. Seguía cayendo, deslizándome sobre piedras y cactus cuesta abajo. Tenía la pierna con tajos por las espinas. Cada vez caía más rápido. No había nada en mi camino que me pudiera detener. Pensaba en cómo iba a morir así, sentía el dolor, la sangre, la adrenalina. Pensaba en mis padres, en mi futuro, en mis planes. Ya estaba muy cerca del final, faltaba muy pocos metros para el barranco. Cerré los ojos y cuando los volvía a abrir no sé de donde apareció un humilde yuyito, mientras resbalaba, dirigí mi pie hacia la plantita y no sé cómo pero paré de deslizarme, justo al borde del barranco. Podía ver las lajas metros abajo.
Miré arriba de las montañas y le dí gracias a Dios por haber provisto de aquel humilde yuyito para que pueda seguir vivo. ¿Qué hubiera pasado si caía? No me he puesto mucho a pensar en ello pero podría haberme matado si golpeaba mi cabeza o mi espalda contra aquellas rocas. Me erguí y salté el barranco hacia otra saliente y así salí de esa difícil situación, lleno de tajos, espinado, y con un dedo destrozado, pero con vida… pero con vida.

Quería contarte de esto, porque creo que no pocas veces sentimos que resbalamos por la vida. El camino cotidiano es como subir montañas, a veces es lindo ver el paisaje prometedor de nuestro andar, pero pronto, en pocos minutos parece que no hay salida. Buscamos caminos alternativos, corremos desesperados y pronto sin darnos cuenta estamos cayendo por un barranco lleno de espinas y piedras filosas; la vida es así… hay momentos lindos y hay otros en que estás cayendo y buscas aferrarte de algo pero todo se desprende.
Pero Dios dice que no dará tu pie al resbaladero. El no duerme cuando nosotros estamos sufriendo, el provee de algún yuyito, de algún milagrito que muchas veces pasan inadvertidamente para salvar nuestra vida; sus cuidados por nosotros siempre están allí, es cierto que caemos, que nos hacemos tajos, que nos clavamos espinas, pero eso no quita que Él no esté allí; porque si Él no estuviera allí hace rato que hubiéramos terminado en un barranco con lajas, desnucados, destruidos, muertos.
Su infinito poder y su infinito amor hacen que hoy por hoy podamos vivir, que podamos respirar, que podamos comer, que la sonrisa esté a solo un paso de nuestra vida, a tan solo una decisión, la de vivir, la de disfrutar, la de confiarle a Él nuestro vivir nuestro andar.
¿Tomaremos esa decisión? Solo uno puede hacerla, vos.


Alzaré mis ojos a los montes;
¿De dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene de Jehová,
Que hizo los cielos y la tierra.
No dará tu pie al resbaladero,
Ni se dormirá el que te guarda.

Salmos 121:1-3